7 lecciones de santidad desde el Santísimo Sacramento de la Eucaristía

San Martin, Lunes, 26 de Septiembre de 2016 | 08:55

De todos los regalos que Dios ha dado a su Iglesia, el más grande de todos, sin duda es el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, porque es nada menos que el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús mismo.

En la Custodia Eucarística, nuestro Divino Salvador habita entre los hombres con toda su riqueza. Él es Verdadero Dios presente. ¿Qué puede ser más grande que esto?

Si el Santísimo Sacramento es Jesús mismo, y la santidad se encuentra al imitar a Cristo, entonces el Santísimo Sacramento es una escuela de santidad

Hoy quiero dedicar unos momentos para reflexionar acerca de las características de Jesús en la Eucaristía y de lo que su Presencia  nos puede enseñar  acerca de dos cosas: santidad y masculinidad.

1.- Humildad

En el Santísimo Sacramento, podemos apreciar la profunda humildad de Jesucristo. Aquí, la Eterna Sabiduría de Dios que hizo todas las cosas, la brillantez del Padre Eterno, nos concede el llegar hasta nosotros en la forma del más ordinario alimento.

Después de todo, el pan es un alimento simple, la comida del pobre. Y no es como un corte de carne; el pan es casi siempre servido como complemento y rara vez nos percatamos de él.

Si vamos a imitar a Jesús, debemos primero y ante todo practicar la humildad. El siervo no es más grande que su amo. Debemos contentarnos con pasar desapercibidos, no ser alabados ni ser apreciados. Debemos dar toda la Gloria a Dios, eligiendo ser humildes e insignificantes  - como una pieza de pan.

2.- Silencio

El hombre siempre ha querido fortaleza tranquila, la fortaleza que se demuestra más con hechos que con palabras vacías. En la Custodia Eucarística, Jesús nos recibe en completo silencio. Él está listo para escuchar todo lo que le tengamos que decir, y solamente contestará cuando hayamos callado nuestro corazón y estemos en completo silencio como él lo está.

Y finalmente, Él estará listo para actuar en nuestro favor solamente si tenemos confianza en sus promesas.

Los santos constantemente practican la virtud del silencio, y nosotros hemos sido advertidos que seremos juzgados por cada palabra ociosa que hayamos dicho. ¿Hemos desperdiciado palabras? O mejor aún, ¿hemos escuchado a nuestro prójimo?

Como personas, frecuentemente nos esforzamos en escuchar, y así, escuchar es un acto de amor. Escucha a tu esposa o esposo o a aquellos que se encuentran a tu alrededor que pudieran estar desesperados por alguien que les ponga atención.

3.- Amor

Casi todos los milagros eucarísticos registrados tienen la característica de haberse convertido en la carne de un corazón humano. Esto no es casualidad. En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, el corazón latiente de Cristo se encuentra ardiendo de amor por nosotros, y está esperando nuestro amor como respuesta.

Sobre la cruz, Cristo literalmente murió  con el corazón partido por amor hacia la humanidad pecadora, vaciando su Preciosísima Sangre para ganar nuestro afecto.

Sí, más que nada, es el amor lo que Jesús más desea de aquellos a los que ha redimido, y si hubiese sido necesario hacer más para asegurar esto, Él lo hubiese hecho.

¿Amas a Cristo? Si es así, obedécelo y carga tu cruz ante Él. Lo imitarás entregando tu vida por otros en sacrificio de amor.

4.- Vulnerabilidad

En la custodia, Cristo está completa y totalmente vulnerable. Con demasiada frecuencia es maltratado y abusado, ignorado y difamado, tratado con descuido y  sin dignidad. Y aun así, es el precio que Él está dispuesto a pagar por vivir entre su gente.

No le importan las veces en que ha sido profanado, pisoteado, figurativa o literalmente; Él continúa viniendo hacia nosotros una y otra vez diciendo: “Nunca me apartaré ni los abandonaré”

Y nosotros, ¿amamos de esta manera? ¿Abrimos nuestro corazón a otros a pesar de que sabemos que sufriremos el dolor de ser rechazados?¿Acaso perdonamos 70 veces 7? No podremos amar si cerramos nuestro corazón por miedo. Debemos ser valientemente vulnerables, como Cristo.

5.- Paciencia

Cristo espera pacientemente por ti y por mí en los tabernáculos y en las custodias alrededor del mundo. Él esperaría una eternidad por tan solo una visita.

Él nos espera arrepentidos cuando nos hemos extraviado; Él espera nuestras palabras de lealtad y afecto; nos espera para escuchar nuestros gozos y penas; nos espera para responder a nuestros más profundos deseos.

Como Cristo, también debemos tener paciencia para con otros, especialmente con aquellos que menos lo merecen o que ponen a prueba nuestra paciencia tan seguido… También debemos esperar con corazones llenos de perdón para aquellos que nos han lastimado o nos han abandonado.

6.- Pobreza

Durante su vida en la tierra, Cristo fue totalmente pobre. Vino a la tierra sin nada y se fue sin nada. En la custodia eucarística, encontramos a aquel que creó las galaxias y así viene a nosotros, pobre y desnudo.

Y así, esta pobreza es solamente material, porque Jesús viene a nosotros con una gran riqueza de gracia y amor. Él ardientemente desea darnos todo lo que necesitamos, si tan solo se lo pedimos con confianza. Él desea bendecirnos con  abundantes gracias, aquellas que son las verdaderas riquezas para las almas.

El materialismo y la avaricia se arrastran hasta nuestros corazones tan fácilmente. Por ello estamos llamados a seguir a Cristo en la pobreza y el desapego, dándonos generosamente a otros con todo lo que hemos recibido. Entrega, y te será entregado – más de lo que pudieras pedir o esperar.

7.- Presencia

El regalo de la Presencia de Dios es el mayor regalo. Para los antiguos Israelitas no había mayor calamidad que retirarse de la Presencia de Dios. De la misma manera, no existe mayor confort que la seguridad de Su Presencia.

Es lo mismo hasta el día de hoy. Si tenemos a Jesús, poseemos todas las cosas, pero sin Él, no tenemos nada. Así, no tenemos que viajar lejos para encontrar la Presencia de Cristo – Él se encuentra tan cerca como la parroquia más cercana, es el cumplimiento del  antiguo “Pan de la Presencia” del  templo Judío.

Su Presencia no es una abstracción o una idea, sino que es real y palpable a nuestros sentidos.

Nosotros como católicos podemos gozarnos y verdaderamente decir:

“El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro baluarte es el Dios de Jacob". (Salmo 46,12)

Si vamos a imitar a Cristo, debemos tener presentes a aquellos que nos necesitan. ¡Cuántos padres y esposos ausentes existen! Cuántas madres y sus hijos han sido abandonados por el hombre que fue llamado a entregar su vida por ellos. 

Y tú, ¿estás presente en tu familia? ¿ Tu pareja y tus hijos son tu prioridad? Si eres esposo y padre, tu presencia es un don irremplazable. Preséntate.

Conclusión

Si imitamos a Cristo en el Santísimo Sacramento de manera perfecta, nos convertiremos en santos. Pero hacer esto no es fácil. Requiere constante arrepentimiento y conversión de vida; es un poner al hombre viejo fuera, y colocar al hombre nuevo, dentro. Este es nuestro llamado.

Les aliento a todos a encontrar una capilla de adoración y contemplar el Santísimo Sacramento de la Eucaristía. Visita a Jesús y adórale, pídele la gracia de seguirle e imitarle completamente. Vacía tu corazón en el suyo, entrégale tus esperanzas, tus miedos, tus deseos y necesidades – y escúchalo diciendo su respuesta, es decir, palabras de sacramento y salvación:

"Yo estaré contigo todos los días hasta el fin del mundo". 

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